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¿Cómo afrontar la pérdida, sobre todo cuando se trata de una situación traumática? Sin apoyo es casi imposible, y las personas del entorno familiar y amical lo saben de manera natural. Surge entonces la empatía, la solidaridad, el altruismo de quienes nos rodean. Sin embargo, la presencia inicial de valiosas acciones de apoyo cesa al concluir la primera fase del impacto y uno se queda solo. Solo con su dolor, con su rabia, con sus sentimientos de culpa, de vacío, con la insoportable ausencia. Digamos que la familia y los amigos se ocupan de “los primeros auxilios”, ofreciendo además cierto acompañamiento a lo largo de las primeras semanas luego del suceso. Después todos vuelven a la “normalidad”, por lo que uno debe realizar “el viaje” por su cuenta, enfrentando por sí mismo lo que queda del camino. Un viaje, que en realidad es una travesía, porque supone encontrar una ruta, atravesar obstáculos, enfrentar desafíos difíciles y encontrarse con imágenes sorprendentes.
En este inédito y oneroso viaje: ¿Habrá algo que brinde un acompañamiento con sabiduría y paciencia?, ¿aquello tendría capacidad de ofrecer soporte, consuelo, auxilio incondicional?, ¿quién o qué cosa podría brindar guía confiable por la ruta desconocida?
En mi caso, tal como si fueran hermanas sabias y solidarias, las artes me ofrecieron su restaurador acompañamiento. Llegaron no solo a guiarme, indicarme el camino, sino también a cobijarme, sostenerme, consolarme, permitirme descansar, explorar, explotar, permitirme llorar, alentarme y animarme a seguir el trayecto, no rendirme y enseñarme muchas lecciones de vida. Evitaron que me desbarranque y caiga a los abismos del camino. Durante la travesía se dispusieron a ayudarme, a enseñarme que no debía temer a los nuevos paisajes relacionados a la vida, la muerte, el amor y la dimensión espiritual que se revelan cuando nos enfrentamos a la muerte.
En esta publicación, basada en mi propia experiencia con el apoyo de las artes, ofrezco lo que viví y escribí durante esta travesía que duró más de dos años y que tuvo un doble carácter: por un lado, permitirme realizar el duelo en hermosas condiciones que me sostuvieron mucho, y, por otro lado, generar conocimiento sobre este proceso, la vida y la muerte.
Haber realizado la travesía del duelo de este modo me ayudó a descubrir que las artes tienen un poder inmenso para sanar heridas emocionales y restaurar la vida. Aprendí que no importa cuál ni cuán dolorosa haya sido la experiencia acaecida, sino la capacidad intrínseca que tenemos las personas de transformar y darle forma a nuestras circunstancias de vida. Me maravillé al vivir en carne propia cómo el ejercicio de la imaginación y el hacer arte despierta y moviliza los recursos internos que nos habitan y que están al servicio de encontrar respuestas creativas y belleza en los desafíos de la vida. Para hacer arte desde esta perspectiva no es necesario tener dominio de las técnicas artísticas, sino solamente estar abierto a la sorpresa y ser sensible a lo que éstas nos traen, es decir poner en marcha “baja técnica y alta sensibilidad”.